Mientras se celebraba el funeral de Estado por las víctimas de la DANA en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, un grupo de aproximadamente doscientas personas se congregó en los accesos para expresar su indignación y dolor. La concentración, que comenzó como una muestra de curiosidad y protesta, se transformó en una vigilia cargada de tensión y lágrimas, con los teléfonos móviles como única ventana al acto oficial que transcurría a pocos metros.
Contexto del Acto
La concentración tuvo lugar en la tarde del 29 de octubre, coincidiendo con el funeral de Estado en memoria de las víctimas de las inundaciones catastróficas. El evento oficial, celebrado en el interior del Museu de les Ciències, contó con la presencia de altas autoridades, mientras en el exterior se gestaba una protesta ciudadana que buscaba respuestas y responsabilidades.
Una barrera policial y un clamor creciente
Los manifestantes se situaron principalmente junto al acceso al aparcamiento de l'Umbracle, un punto estratégico por donde esperaban ver llegar a los representantes políticos. Un fuerte dispositivo de la Policía Nacional blindó la zona, permitiendo la concentración pacífica pero impidiendo cualquier acercamiento a los vehículos oficiales.
La atmósfera, inicialmente expectante, se cargó de energía cuando un activista, que se identificó como Eduard Mediterrani, tomó un megáfono. Sus palabras, dirigidas principalmente contra el President de la Generalitat, avivaron los ánimos del grupo. "Somos poquitos, pero espero que dentro de un año y pico te vayas", exclamó, convirtiéndose en el catalizador de un descontento hasta entonces silencioso.
Puntos Clave de la Protesta
- Alrededor de 200 ciudadanos se reunieron en los exteriores de la Ciudad de las Artes.
- La principal diana de las críticas fue la gestión de la Generalitat y su presidente.
- Los manifestantes siguieron la ceremonia fúnebre a través de sus teléfonos móviles.
- La frustración aumentó al constatar que las autoridades evitaron el contacto con el público.
Las voces de los afectados y la solidaridad ciudadana
Entre los presentes no solo había activistas, sino también víctimas directas de la riada y ciudadanos solidarios. Una mujer de nacionalidad colombiana, residente en Paiporta y visiblemente afectada, lloraba mientras reclamaba soluciones. "Soy afectada de Paiporta. No me han solucionado nada. Se merecen irse a la cárcel", gritaba entre sollozos, personificando el drama de muchos.
Cerca de ella, dos amigas seguían el funeral en directo desde sus móviles. En las pantallas de sus teléfonos se leían mensajes como "No teniu cor ni paraula" (No tenéis corazón ni palabra). "No somos afectadas directamente, pero conocemos a gente que sí lo es. Venimos a apoyar. Hay cosas que no entendemos, como que el presidente venga cuando se le ha pedido que no lo haga", explicaron.
"En las urnas te vas a enterar. Mi sobrina acababa de parir y gracias a Dios Padre Celestial pudo salvarse", comentaba otra de las asistentes, reflejando una mezcla de alivio personal y enfado político.
Una vigilia improvisada con velas y móviles
A medida que la tarde daba paso a la noche, la concentración adquirió el carácter de una vigilia. Los asistentes encendieron pequeñas velas de té, creando un camino de luz en la penumbra. Los teléfonos móviles se convirtieron en el centro de la protesta, no solo para seguir el acto, sino también para grabar y difundir lo que allí ocurría.
Alfonso, un hombre que viajó desde Sevilla el día después de la tragedia para ayudar, mostraba en su teléfono las imágenes que captó de la devastación. Para él, la presencia de las autoridades era superflua. "Los poderes sobran. Solo quieren ordeñarnos. Para ellos no somos personas", afirmaba con rotundidad.
Tecnología como Herramienta
Los smartphones jugaron un papel dual: permitieron a los manifestantes ser testigos a distancia del funeral oficial y, al mismo tiempo, actuar como cronistas de su propia protesta, documentando cada momento para las redes sociales.
La frustración final ante la salida de los coches
La espera de los manifestantes por ver a las autoridades fue en vano. Los vehículos oficiales utilizaron accesos alternativos, evitando por completo el contacto visual con la ciudadanía congregada. Esta maniobra fue la culminación de la frustración acumulada durante horas.
Cuando los coches comenzaron a salir a gran velocidad del recinto, los gritos arreciaron. Cada vehículo con lunas tintadas era recibido con insultos y abucheos, bajo la sospecha de que en su interior viajaba el principal blanco de las iras. La sensación de no haber sido escuchados marcó el final de una jornada donde el dolor por la tragedia se mezcló con una profunda indignación hacia la clase política.





