El reciente hallazgo de un hombre fallecido en su vivienda desde hace más de una década ha puesto el foco sobre el barrio de la Fuensanta, en Valencia. Más allá del suceso, la comunidad enfrenta desafíos profundos marcados por el cierre de comercios, la presión inmobiliaria y un sentimiento de abandono, mientras sus vecinos luchan por mantener vivo el espíritu de un barrio con una historia singular.
Construido para albergar a los damnificados por la gran riada de 1957, Fuensanta fue un símbolo de solidaridad y resurgimiento. Hoy, sus residentes más antiguos recuerdan con nostalgia una época de comunidad vibrante, un contraste con la realidad actual de persianas bajadas y una creciente precariedad.
Puntos Clave
- El barrio de la Fuensanta nació como respuesta a la riada de 1957 para realojar a las familias afectadas.
- Actualmente enfrenta problemas como el cierre del comercio local, el envejecimiento de la población y la presión de fondos de inversión.
- La población migrante, que representa el 34% de los residentes, ha supuesto un cambio demográfico significativo.
- Los vecinos reclaman más inversión y servicios para revitalizar una zona que se siente olvidada por las administraciones.
Un origen marcado por la solidaridad
La historia de la Fuensanta está ligada a uno de los eventos más trágicos de Valencia: la gran riada de 1957. El barrio fue concebido como una solución habitacional de emergencia para las miles de personas que perdieron sus hogares. Impulsado por el entonces ministro de Vivienda, Vicente Mortes, se levantaron 880 pisos en característicos bloques de ladrillo caravista.
Las calles del barrio son un mapa de la gratitud de la ciudad. Nombres como la plaza de Colonia Española de México o la calle Príncipes de Mónaco rinden homenaje a la ayuda nacional e internacional recibida tras la catástrofe. La propia parroquia, Virgen de la Fuensanta, debe su nombre a la patrona de Murcia en agradecimiento al apoyo de esa región.
Un barrio de trabajadores
Fuensanta se consolidó como un barrio obrero, poblado por familias procedentes de Andalucía, Cuenca y Albacete, que llegaron a Valencia en busca de trabajo en la industria. Este origen forjó un fuerte sentimiento de comunidad y orgullo de pertenencia que los vecinos más veteranos aún recuerdan con cariño.
Demetrio, un residente de 68 años que llegó al barrio con su familia cuando apenas tenía dos, lo describe con nostalgia. "Esto fue un barrio obrero formado con gente de todas partes. Poco a poco fuimos conociéndonos y creando un sentimiento de comunidad. Yo estoy orgulloso de ser fuensantino", afirma sentado en un bar local.
La realidad actual: persianas bajadas y presión inmobiliaria
El paisaje actual de la Fuensanta dista mucho de aquel bullicioso núcleo obrero. Un paseo por sus calles revela una realidad marcada por el declive. Numerosos bajos comerciales tienen la persiana bajada, testigos mudos de un tejido comercial que se desvanece.
"En la Fuensanta teníamos de todo: panadería, carnicería, pescaderías, peluquería, zapatería... Era como un pueblo que vivía en armonía", explican Carmen y Mercedes desde la asociación de vecinos. Ahora, muchos de esos locales se han convertido en almacenes o, en el mejor de los casos, en viviendas de bajo coste, una solución que no resuelve la falta de servicios.
La amenaza de los fondos buitre
En los últimos años, los fondos de inversión han puesto sus ojos en Fuensanta. Aprovechando los precios bajos, compran edificios enteros para después presionar a los inquilinos con contratos antiguos. En Idealista, de 26 inmuebles en venta en la zona, 22 se anuncian por menos de 200.000 euros, muchos con el lema "oportunidad de inversión".
María Victoria es una de las afectadas. Su piso, propiedad del Banco Sabadell, fue vendido al fondo Promontoria Coliseum en 2017. Desde entonces, vive bajo un acoso constante para que abandone la vivienda. "Tenía derecho a prórroga, pero no dejan de acosarme para que me vaya", relata. Como ella, decenas de vecinos, en su mayoría mujeres, luchan junto a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) para no perder sus casas.
"Están reventando el barrio. Compran barato, echan a la gente de toda la vida y luego revenden. Es una especulación que nos está destrozando", resume María Victoria.
Un mosaico demográfico en un barrio envejecido
Mientras la población original envejece o se marcha, la Fuensanta ha experimentado una notable transformación demográfica. Hoy, es el cuarto barrio de Valencia con mayor porcentaje de población extranjera, que alcanza el 34% de sus 3.954 habitantes. La comunidad pakistaní es la más numerosa.
Amhar, que regenta una frutería, explica que muchos de sus compatriotas trabajan en la recolección de naranja. "Cuando vine hace 20 años no había gente de mi país. Donde hay trabajo, bien está", comenta. Esta llegada de nuevos vecinos, sin embargo, no ha logrado frenar la pérdida de población que el barrio sufre desde los años 90, cuando llegó a tener casi 4.400 residentes.
El envejecimiento es otro de los grandes retos. La asociación de vecinos, consciente del problema de la soledad no deseada que evidenció el caso de Antonio Famoso, planea crear grupos de seguimiento para evitar que las personas mayores queden aisladas en sus hogares. La defensa del centro de salud, cuya permanencia lograron asegurar tras movilizaciones, es una de sus principales batallas.
La lucha por un futuro digno
Los vecinos de la Fuensanta no se rinden. Desde su asociación, luchan a diario por dignificar el barrio y reclamar la atención de las administraciones. La sensación de abandono es palpable. La última gran inversión pública fue el pabellón deportivo, inaugurado en 2015 tras 13 años de espera desde la demolición del antiguo edificio por aluminosis.
El estado de algunas calles, con losetas sueltas, paredes desconchadas y mobiliario urbano deteriorado, contrasta con el orgullo de sus habitantes. "De los antiguos quedamos cuatro mataos", bromea Isabel, una churrera jubilada, mientras recuerda cómo su casa fue la primera del edificio en tener televisión, convirtiendo su salón en un cine improvisado para todo el vecindario.
Esa memoria colectiva, de puertas abiertas y vida en la calle, es el motor que impulsa a los residentes a seguir luchando. Reclaman más comercio, mejores servicios, intervenciones urbanísticas y, sobre todo, un futuro que no pase por el olvido. La Fuensanta resiste, congelada en el tiempo pero con una comunidad que se niega a desaparecer en silencio.





