En 1986, un anuncio en una cartelera de quiosco unió a un pediatra, un sacerdote dominico y un biólogo en Valencia. Juntos, Miguel Tomás, Gonzalo Carbonell y Enrique García iniciaron un movimiento que se convertiría en el Col·lectiu Lambda, una de las organizaciones pioneras en la defensa de los derechos LGTBI+ en una España que apenas despertaba de la dictadura.
Su objetivo era simple pero revolucionario para la época: crear un espacio seguro y hacer frente a la intolerancia en un contexto social marcado por el estigma del sida y el recuerdo de leyes que penalizaban la homosexualidad.
Puntos Clave
- El Col·lectiu Lambda se fundó en mayo de 1986 en Valencia por Miguel Tomás, Gonzalo Carbonell y Enrique García.
- El grupo nació a partir de un anuncio en la cartelera 'Qué y Dónde' y carteles caseros pegados en farolas.
- Los fundadores se enfrentaron a un ambiente de estigmatización por la crisis del sida y la reciente despenalización parcial de la homosexualidad.
- Las primeras reuniones se realizaron en espacios cedidos, como la librería Llavors, antes de consolidar una estructura formal.
- Los pioneros expresan su preocupación actual por el avance de la extrema derecha y el riesgo de involución en los derechos conseguidos.
Un Anuncio y Unas Farolas: El Comienzo del Activismo
La historia de Lambda comenzó con una iniciativa individual. Miguel Tomás, un pediatra de 32 años, se sintió inspirado tras visitar el Institut Lambda en Barcelona. A su regreso a Valencia, decidió publicar un anuncio en la popular guía de ocio 'Qué y Dónde' para conectar con otras personas homosexuales interesadas en organizarse.
Aquel texto llamó la atención de dos personas: Gonzalo Carbonell, un cura dominico de 35 años, y Enrique García, un biólogo de 34. Tras una primera llamada, los tres decidieron dar el siguiente paso. Con una máquina de escribir y folios, crearon carteles que pegaron con celo en las farolas del paseo de la Alameda, una conocida zona de encuentro para hombres homosexuales en aquella época.
Un Contexto Social Complejo
Para entender la valentía de esta acción, es crucial recordar el momento histórico. En 1986, solo habían pasado 11 años desde la muerte de Franco y ocho desde la aprobación de la Constitución. La homosexualidad había sido considerada un delito hasta finales de 1978, y su despenalización total no llegaría hasta 1995. Además, la expansión del sida alimentaba un discurso de odio que estigmatizaba directamente al colectivo gay.
"Teníamos un punto en común: hacer frente a la intolerancia. Existía una necesidad de reunirnos y de ser activistas en defensa del colectivo", explica Miguel Tomás. Esa necesidad fue el motor que impulsó el nacimiento de la organización.
Primeros Pasos y Reuniones Clandestinas
El grupo inicial creció rápidamente. Las primeras reuniones se organizaban en lugares que les ofrecían un espacio seguro y discreto. La librería Llavors fue uno de los primeros refugios, cediéndoles un lugar para sus debates. Más tarde, se trasladaron al pub Covarrubias.
Cuando el grupo superó la treintena de miembros, la logística cambió. Empezaron a organizar cenas en restaurantes económicos que pudieran acogerlos a todos. Aquellos encuentros se convirtieron en foros de ideas y apoyo mutuo, donde se compartían experiencias y se diseñaban estrategias para la visibilidad.
"Ser gay es bueno. Conócenos".
Este fue el eslogan que Gonzalo Carbonell diseñó para una de las primeras pegatinas del colectivo. Según recuerda, su objetivo era contrarrestar la idea generalizada de que "ser gay era malo, vicioso y todo lo demás". Esas pegatinas fueron distribuidas por lugares céntricos como la plaza de la Reina, en un acto de afirmación pública sin precedentes.
Salir del Armario en la España de los 80
Para los fundadores, crear Lambda fue también una forma de vivir su propia identidad, aunque el proceso no fue fácil. Cada uno lo afrontó de manera diferente, reflejando las dificultades de la época.
Las Historias Personales
Miguel Tomás no habló de su homosexualidad en su entorno laboral. Para él, la verdadera liberación llegó mucho después, cuando se casó en 2006, un año después de la legalización del matrimonio igualitario. En su familia, su salida del armario fue recibida con un "silencio tan incómodo como el rechazo".
Enrique García se movía en círculos de izquierdas donde no se sentía juzgado, aunque sí percibía "cierta distancia" con algunas personas. Recuerda habérselo contado a su madre, cuya respuesta fue tajante: "no quería saber nada".
Gonzalo Carbonell, el sacerdote, vivió una situación más compleja. Nunca se lo comunicó a sus padres. "En el convento, en su día, se enteraron, pero no dijeron nada. Allí había mucha hipocresía", comenta. Le aconsejaron llevar una doble vida, algo que él describe como "bastante habitual en la época". Salió de la orden dominica a los 50 años, aunque en la práctica ya se había distanciado al empezar a trabajar con personas en situación de marginalidad. Su salida del armario más completa, según él, se produjo al jubilarse, cuando asumió la coordinación del grupo de Gent Gran en Lambda.
La Noche Valenciana y sus Contradicciones
Los fundadores recuerdan los primeros locales de ambiente de Valencia, como la discoteca Balkiss, el Emperador o el Dakota. Estos lugares funcionaban con una dualidad: eran espacios de libertad pero también de riesgo. "En Emperador, como te morrearas con alguien, te tiraban a la calle", rememora Enrique. Las redadas policiales, aunque menos frecuentes que durante el franquismo, seguían siendo una amenaza.
Del Pasado al Presente: Una Lucha que Continúa
Desde la fundación de Lambda en mayo de 1986, los avances en los derechos LGTBI+ en España han sido enormes. El matrimonio igualitario, las leyes de identidad de género y una mayor aceptación social son logros impensables en aquella época.
Sin embargo, casi cuatro décadas después, los tres fundadores observan el presente con una mezcla de orgullo y preocupación. El ascenso de discursos de extrema derecha y las amenazas a los derechos conquistados les recuerdan que la lucha no ha terminado.
"Ahora mismo, lo más preocupante es el peligro de involución", advierte Enrique García. Un sentimiento compartido por sus compañeros, que ven en las nuevas generaciones la responsabilidad de defender un legado que ellos comenzaron con un simple anuncio en una revista y unos carteles pegados en las farolas de Valencia.





